jueves, 26 de agosto de 2010

Así termina la vida y comienza la supervivencia


El siguiente documento es uno de los más preciados por los ecologistas, se trata de la carta que envió en 1855 el jefe indio Seattle de la tribu Suwamish al presidente de los Estados Unidos Franklin Pierce en respuesta a la oferta de compra de las tierras de los Suwamish en el noroeste de los Estados Unidos, lo que ahora es el Estado de Washinton. Los indios americanos estaban muy unidos a su tierra no conociendo la propiedad, es más consideraban la tierra dueña de los hombres. En numerosos ámbitos ecologistas se le considera como "la declaración más hermosa y profunda que jamás se haya hecho sobre el medio ambiente".


Carta del Jefe Indio Seattle

El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.

¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habeis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.

Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. "Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras, es mucho lo que pide. El Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros. El será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Mas, ello no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daréis a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermano sino su enemigo. Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras sí sólo un desierto.

No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizá sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje y no comprende las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegarse de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. Pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. El ruido de la ciudad parece insultar los oídos. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna? Soy un hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.

El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta. Y, si os vendemos nuestras tierras, debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.

Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas ente sí.

Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen el suelo se escupen a sí mismos.

Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.

Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con el -de amigo a amigo no puede estar exento del destino común-. Quizá seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensáis quizá que sois dueño de nuestras tierras; pero no podéis serlo. El es el Dios de la humanidad y Su compasión es igual para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para El y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza la supervivencia....

viernes, 21 de mayo de 2010

Luna de la Patria





Este es un poema de Francisco Contreras, escrito en 1911. Francisco Contreras fue un reconocido escritor Quirihuano al igual que yo, que vivió gran parte de su vida en Francia y cuyos restos junto a los de su esposa se trasladaron el año 2007 desde Francia a su Quirihue natal.

Luna de la Patria es un poema que nos habla del amor que Francisco tenía por su patria y señala lo poco valorada que fue su carrera litararia por Chile. En este momento un sencillo homenaje de tu coterráneo.


“Amo a la patria que adversa,
me desconoce o me olvida;
para ella daré mi fuerza,
por ella daré la vida.
Amo la tierra hosca y rancia
de breñales y de espinos:
en ella mi clara infancia
soñó sus sueños divinos.

Amo la montaña eterna,
que hacia los cielos se exalta;
a su sombra mi alma tierna
aprendió a ser firme y alta.
Amo el cielo de fulgencia
no vista sobre las cimas;
en su azul mi adolescencia
tiñó mis primeras rimas”.

Luna de la Patria, 1911. Francisco Contreras.

lunes, 10 de mayo de 2010

El mar de tus ojos



El mar de tus ojos
Rodrigo Jiménez V.

Quise un día ser marinero
Y lograr bosquejarme en el infinito de tus ojos
Aprendí a nadar en sudorosas lagunas
Encendí velas en dudosos destinos
Sin importar que corrientes hombrunas
borrascosas y convincentes
En tus retinas formaran remolinos

Soñar para mí es fácil y soñé mucho
Y en todos ellos me reinventaba
Remaba en brisas, remaba en fuegos
Seguía hermosos fulgores y delicados destellos
Que deambuladoras miradas me dabas
En la inmensidad del radiante cielo

Hasta que vi colmar mi barca de lágrimas polvorientas
Desvanecer el camino a mis espaldas
Y cansado llegué a puerto…

Ahora navego en los recuerdos
Y en los infinitos recuerdos de los recuerdos
No hay remos ni corrientes,
Sólo brillos espantados del porvenir
Puede ser que ahora nos permitamos remar
En el agua prístina y loca de nuestros infinitos.

martes, 4 de mayo de 2010

La Llave


Teillier definitivamente es uno de mis poetas preferidos. Su poema llamado "La llave" posee la capacidad de tranquilizarme, trasladarme a lugares totalmente placenteros, despertar aquellos recuerdos olvidados en un rincón y sentir esa nostalgia extraña de la infancia Cómo no lo descubrí antes. Se los presento.



La llave
Jorge Teillier


Dale la llave al viejo otoño.
Háblale del río mudo en cuyo fondo
está la sombra de los puentes de madera
muertos hace ya tanto tiempo.

No me has contado ninguno de tus secretos.
Pero tu mano es la llave que abre la puerta
del molino en ruinas donde duerme mi vida
entre polvo y más polvo,
y fantasmas de viejos inviernos,
y los jinetes enlutados del viento
que huyen tras robar campanas en las pobres aldeas.
Pero mis días será nubes
para viajar por la primavera de tu cielo.

Saldremos en silencio,
sin despertar el tiempo.
Te diré que podremos ser felices.

El poeta Jorge Teillier nació en Lautaro, Chile, en 1935 y murió en 1996.

viernes, 19 de marzo de 2010

Cuando todos se vayan




Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.

Teillier

sábado, 13 de marzo de 2010

El desierto




El desierto es un lugar de testimonios, un entorno místico de una psicología extraña, de una sensorialidad austera que conquista, con una estética realmente abstracta y una historia cargada de hostilidad. Sus formas son audaces e incitantes. La mente queda presa de la luz, el espacio, la originalidad cinestética de la aridez, las altas temperaturas de día y el viento se enredan con el frío de la noche. El cielo del desierto es envolvente, magestuoso y terrible. En otros hábitats, la línea del horizonte se quiebra y se oscurece; en el desierto se funde con la bóveda que está sobre nuestras cabezas, infinitamente más basta que la que se puede ver en otros paisajes. En este cielo panorámico, las nubes parecen más compactas y a veces hasta se puede divisar la curvatura del globo. Los 360° llenos de angularidades confiere una arquitectura inigualable y monumental tanto a las nubes como al relieve. Es al desierto donde se dirigen profetas y ermitaños, es en él que los líderes de las grandes religiones han buscado los valores terapéuticos del retiro, no para escapar, sino que para descubrir.
El desierto me permite atrapar un poco de polvo de las estrellas y valorar la posibilidad de ver. Es en el Pan de Azúcar donde atrapé un poquito.