martes, 27 de diciembre de 2011

Cristianismo y Budismo

Basado en el El Anticristo de Friedrich Nietzsche.

He nacido en un lugar del planeta mayoritariamente cristiano, palabra que deriva de Cristo; por tanto la única religión que puedo criticar y posteriormente condenar es al Cristianismo, pero con ello no quiero cometer una injusticia con una religión afín, que me causa una profunda curiosidad y hasta cuenta con mayor número de fieles en el mundo: me refiero al Budismo. El Cristianismo y el Budismo están realmente muy emparentados como religiones nihilistas (sobre todo el cristianismo ya que evade el desafío de encontrar sentido en la vida terrenal, y que en vez de eso crea una proyección espiritual donde la mortalidad y el sufrimiento son suprimidos en vez de transcendidos), son religiones de la decadencia; y sin embargo, están diferenciados entre sí del modo más singular. Por el hecho de que ahora sea posible compararlos, el crítico del Cristianismo está profundamente agradecido a los eruditos hindúes. El Budismo es cien veces más realista y aterrizado que el Cristianismo; ha heredado el planteo objetivo y frío de los problemas, y es posterior a un movimiento filosófico multisecular; y al advenir éste, el concepto de Dios ya se había superado. El Budismo es la única religión, dentro de aquellas religiones masivas y conocidas (ya que muchas religiones y creencias ya han desaparecido), verdaderamente positivista en la historia, aun en su teoría del conocimiento (un estricto fenomenalismo); ya no proclama la “lucha contra el pecado” sino reconociendo plenamente los derechos de la realidad, “la lucha contra el sufrimiento”. Lo que lo distingue radicalmente del Cristianismo es el haber superado y dejado tras de sí, el autoengaño de los conceptos morales, hallándose, según mi terminología, más allá del bien y del mal. Los dos hechos fisiológicos sobre los que descansa y que tiene presentes son: primero, una excitación morbosa excesiva, que se traduce en una sensibilidad refinada al dolor; y segundo, una hiper-espiritualización, un desenvolvimiento excesivamente prolongado, apelando a conceptos y procedimientos lógicos, donde el instinto de la persona ha sufrido un menoscabo en beneficio de lo “impersonal”. Estas condiciones fisiológicas han dado origen a una depresión contra la que procede Buda valiéndose de medidas higiénicas. Para combatirla preescribe la vida al aire libre, la existencia transhumante, una dieta frugal y seleccionada, la prevención contra todas las bebidas espirituosas. Asimismo contra todos los afectos que “hacen espesa la sangre”; también una vida sin preocupaciones, ya sea por sí mismo o por los otros. Preescribe representaciones apacibles y alegres y inventa medios de ahuyentar las que no convienen. Entiende la bondad, la jovialidad, como factor que promueve la salud. Desecha la oración, lo mismo que el ascetismo; nada de imperativos categóricos, nada de obligaciones, ni aun dentro de la comunidad monástica (que puede abandonarse), porque todo esto serviría para aumentar esa sensibilidad excesiva. Por esto Buda se abstiene de predicar la lucha contra los que piensan de otra manera; su doctrina nada repudia tan categóricamente como el afán vindicativo, la antipatía, el resentimiento (“no es por la enemistad como se pone fin a la enemistad”, tal es el conmovedor estribillo del Budismo…). Y con razón, precisamente estos afectos serían en todo sentido perniciosos con respecto al propósito dietético primordial. El cansancio mental en el que se encuentra Buda y que se traduce en una “objetividad” excesiva (esto es, en un debilitamiento del interés individual, en una pérdida de gravedad, del “egoísmo”), lo combate remitiéndose aun a los intereses más espirituales, y más estrictamente a la persona. En la doctrina de Buda, el egoísmo está promovido como deber; la máxima: “cómo te libras tú del sufrimiento” regula toda la dieta mental (es permitido, acaso, trazar un paralelo con Sócrates, aquel ateniense que a su vez declaró la guerra al “espíritu científico” puro, y que promovió el egoísmo personal al reino de los problemas, y a la categoría de moral).