domingo, 1 de mayo de 2011

Caminar es un descubrimiento...



Como nunca antes Santiago de Chile me ha producido sorpresas. Yo, que sólo pensaba que esta ciudad me traería recuerdos nostálgicos de un pasado latente; yo, que por muchos días sintió un torbellino de emociones confusas y negruzcas, nuevamente he vuelto a creer en un camino. Lo admito, soy un caminante sin límites, adicto a las emociones del cambio y con un apetito insaciable por conocer nuevas personas y mundos, el último fin de semana este camino me dio una nueva oportunidad de maravillarme con la vida, de volver a sonreir sin sentir una presión interna ni esa extraña melancolía que me produzco cuando miro hacia atrás.
Paso a plasmar mi experiencia reconciliadora (palabra tan común que utilizaba reiteradamente alguien que quise mucho) y que me ha hecho sentir que vale la pena el optimismo, el reirme de la vida y de sus múltiples expresiones. Cómo comenzar es difícil, un fin de semana sin planes, solo y hasta triste, pero que resilientemente encendió una vela al final del oscuro día que creía me llegaría. No fue así y salí sin miedo a caminar un día sábado, sin mayores expectativas que caminar, simplemente caminar. Y valió la pena. ¿Cómo es posible que la mayoría de las personas necesitemos salir acompañados para todos lados, sobre todo en las noches de juerga, cuando en soledad se pueden generar hermosas situaciones? Yo me convencí de que la respuesta es sólo justificación del temor a sentirse sólo, quizás no potenciado y el temor de relacionarse con personas desconocidas, sin pensar que esos desconocidos pueden, de alguna u otra forma, moldear positivamente las vidas. La mía fue moldeada de una manera tan especial; ahora sí que lo cuento.
Un sábado quedo de juntarme con un buen amigo para ir a una tocata, me da la dirección del encuentro, pero resulta ser frente a la Moneda; pienso en la nula probabilidad que una tocata se genere frente a la Moneda un día sábado, lo llamo para que me repita la dirección y no contesta, algo anda mal. Me regreso orillando el subterráneo metro 1 y escucho cantar a lo lejos junto a unas voces respaldadas por unos dyembés, ¿cómo me gusta esa mezcla?, tambores con voces en la calle y gratis para la gente; aunque las cosas gratis no le importan mucho a las personas porque prefieren pagar: no había nadie, sólo dos tipos haciendo música, sin pretender ni siquiera pedir plata, sólo amor por la música. Me alegro y decido comprar unas mentitas, acercarme y disfrutar del ritmo. Los amigos me involucran en el evento y termino golpeando un dyembé, algo sé de eso así que acepté de inmediato. Estaba pasándola bien. No pasaron ni 5 minutos y aparece un tipo de con dos grandes tambores brasileros y como “nos” vio haciendo música, se unió sin problemas. Venía de una tocata y tenía bastante talento en la percusión, nos enseñó algunas técnicas y quedamos de juntarnos a hacer música otro día, conversamos entre los cuatro por mucho rato, resumimos nuestras vidas en pocos minutos (cómo se eligen los sucesos más importantes de la vida para contarlos en unos pocos minutos es extraño), pero me sentía conversando con amigos de tiempo. Andaba con un poco de buena verde que terminamos compartiendo en la oscuridad de una esquina. Y nos despedimos compartiendo los fonos y correos para juntarnos a hacer música y deporte.
Me fui directo a la calle Lastarria, uno de mis lugares favoritos, pensando en lo vivido, y en lo que quizás me encontraría. Siempre voy a Lastarria a conversar con los artistas y vendedores o simplemente a caminar; esta vez me di el tiempo de disfrutar las xilografías de un joven artista y los grabados de otro muchacho que parecía cantante de rock….conversamos, yo andaba medio colocao, me sentía excelente, quedamos de tomarnos unas heladas pronto y compartimos el número de celular para comprar una xilo que quiero tener en mi casa, la nueva. Eran las 3 de la mañana y me marché con un buen abrazo.

El domingo me esperaba para salir a caminar a otros lugares, y el destino fue barrio Brasil, Estación Mapocho y lo que me esperara. Tomé algunas fotos, anoté datos, ideas, direcciones, hasta llegar a una Iglesia Gótica que me llamó mucho la atención por su forma, sus cúspides, su color y las personas que trabajaban fuera de ella. Había varias personas que hacían afanosamente ramos y trenzaban hojas de palmera para adornarlos y recordé que era domingo de ramos, celebración de los fervientes católicos en semana santa.
Me senté con algunos de ellos, era una señora muy simpática junto a su cuñado, algo silencioso, pero empático. Sin duda eran especiales y emprendedores. Luchaban por ganarse el dinero y se veían felices con sus logros, me contaron sus vidas, su penas y su vida familiar y laboral, y en el camino me enseñaban a hacer ramos. Conversamos horas, fui a comprar una cerveza y bebimos entre los tres, mientras salían y salían ramos de verdes hojas de olivo, palma y romero. Estaba inmensamente cómodo con ellos, tanto que me dieron las 7 de la tarde, un poco antes de comenzar la última misa de ramos. Hice mi propio ramo y la señora Lucía me regaló otro hecho por ella, con una sinceridad nacida del corazón que vale mucho más que una bendición que pudiera dar un sacerdote; a mí, que me conocía de un par de horas, me regala un hermoso ramo que aún conservo; me pregunto, ¿cómo no valorar los pequeños momentos?, esos instantes que te hacen sentir que todo vale la pena, que somos valiosos y que la alegría es real.
Me despedí con dos grandes abrazos y caminé dejando dos grandes amigos; los veré nuevamente muy pronto porque me invitaron con su amistad a almorzar a su casa, sin duda humilde, pero una mansión de humanidad y solidaridad.
Y culminó el fin de semana de caminar, compartir y descubrir. ¿No es hermosa la vida?

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es tan hermoso el relato como la vivencia. Que alegría leerte, que alegría mantener/confirmar a través de estás letras la imagen que guardo de ti. Me encanta tu modo de vivir y no me extraña que no le temas a salir solo por ahí, comparto plenamente la idea de que la soledad nos regala momentos maravillosos, aunque soy batante más esquiva como para iniciar el tipo de espontáneas relaciones que relatas; sin embargo, desde la experiencia reafirmo que hay mucho que disfrutar y recibir al indagar por aquellas conocidas o insospechadas rutas.
Un gran abrazo